viernes, 18 de junio de 2021

Hola, te voy a contar mi historia con las bicicletas, desde la primera que tuve hasta con la que me encuentro andando en estos momentos. Léeme y si te gusta sigue esperando más contenido próximamente.

Llevo andando en cicla aproximadamente 5 años; cuando vivía a las afueras de la capital, me iba de mi casa a la estación más cercana de Transmilenio en bici, la guardaba en el parqueadero para ir hacia mi trabajo.
Desde ese momento empezó mi decepción con las bicicletas.
Mi rutina:
6:30am salir de mi apartamento, coger mi bicicleta (que en ese entonces era una gris todoterreno, de esas que te dio tu papa para que aprendieras a montar bicicleta; esas, esas). Cogía la autopista sur, que pensándolo bien tiene una gran mentira ese nombre, NO ES UNA AUTOPISTA, es una calle larga así de simple, y se forman unos trancones monumentales.
En fin…
7:00am en el portal de sur del Transmilenio, debía entrar y dejar mi bicicleta en el cicloparqueadero pagar mi pasaje y esperar un H-algo que me llevaba a mi trabajo en la estación de la 44 sur.
Toda una travesía, porque ese articulado debía salir a las 7 en punto, o eso decía la aplicación que utilizaba ara medir tiempos y distancias de recorridos en la ciudad. Pero que sorpresa, muy generalmente ese articulado salía a las 7:25 o 7:30 am cuando ya debía estar en mi puesto de trabajo.
8:00am sentado en mi puesto atendiendo a gente que iba mas estresada que yo, era frustrante, pero era necesario.
5:00pm salía de mi trabajo a la estación de Transmilenio a coger ese mismo H-algo que me devolvía al portal del sur para recoger mi bicicleta e irme para mi casa.
Sin embargo, no contaba con algo, nosotros en esta ciudad le tenemos bronca y odio al otro bogotano, al mismo que se sube al transporte público todos los días a olerle los ácaros y el sudor a los demás; cogía mi bicicleta para darme cuenta, desilusionado, que estaba pinchada, no era una pinchada normal, sino que por obra y gracia del espíritu santo estaba toda trozada la llanta.
Entonces debía caminar por unos 20 minutos hasta encontrar al taller de bicicletas mas cercano y pagar por un recuerdo que algún simio desadaptado dejó para mí.
Así fue por unos 5 meses.
Me cansé, totalmente me cansé. En ese entonces compré otra bicicleta que era una mtb de color azul brillante, con 18 velocidades y frenos v-brike.
Pasaba la misma historia, pinchadas, enojadas, salidas de quicio, dolores de cabeza, en fin.
Por ese entonces yo juraba que a las bicicletas no había que hacerles un mantenimiento, o por lo menos en mi cabeza no surgía ese tipo de cuestionamientos ni pensamientos que adjudicaran una toma de decisiones mayor que ir a andar en bici. Pero obviamente debía de dañarse la bicicleta por eso mismo, los cambios tenían una avería la cual generaba que se pegaran o atascaran cuando trataba de subir o bajar las relaciones de las velocidades, los frenos se soltaban y lo mejor era ir a cambiar las zapatas o la guaya del freno, cosas de talleres a las cuales nunca les presté atención.
Unos años más tarde decidí irme a vivir mas centrado en la ciudad, por temas de costos, tiempo y transportes.
Esa misma bicicleta azul la vendí a un taller y con las ganancias me fui a comprar otra en las redes sociales. Compré una GW, o eso era o que ponía la publicación, además de los parches que deslumbraban el poder adquisitivo al que me estaba haciendo honor en aquel entonces; no era otra bicicleta diferente a las demás, solo era negra, con un difuminado gris, de 18 velocidades, frenos v-Brike, las llantas eran triple pared y eran rin 29; era grande, se veía grande, pero me encantaba.
Con esta empecé a invertirle mucho dinero, primero le cambie las corazas, le cambie los rines por unos de aluminio, le cambie los frenos por unas guayas mas resistentes y bueno una que otra cosa que veía le metía.
Me encantaba esa bicicleta por el hecho que era vistosa, muy bonita, grande y recorría buenas distancias en poco tiempo. Sin embargo, pasó lo que suele pasar en Bogotá, me robaron la bicicleta.
Sí, fue por descuidado y además por bobo, mejor, esa es la palabra.
En mi trabajo decidieron cambiarme de proyecto, el nuevo estaba en el centro de la ciudad y debía irme en ese momento para allá; al no tener seguridad para dejar la bicicleta en un parqueadero y al miedo de dejarla en la calle, decidí dejarla en el parqueadero de un supermercado que se encontraba cerca de donde me encontraba.
Fui y la deje con mi candado y además escondida detrás de varias bicicletas para que no fuera detectada por ojos inescrupulosos.
Fui de nuevo a la oficina para enterarme que ya no debía irme para el nuevo proyecto ese mismo día, sino que podía ir al día siguiente; viendo la oportunidad de sacar la bicicleta y dejarla en el parqueadero de la empresa entonces fui a buscarla al supermercado.
Puedo jurar que no me demore mas de una hora en ese transcurso de actividades; pero les bastó a estos individuos para sacar la bicicleta con candado y todo para llevársela.
Obviamente nadie me respondió, ni el guarda de seguridad que se encontraba muy vigilante ante el individuo que posiblemente estaba buscando una bicicleta que llevarse, osease yo; ese mismo guarda me dice que no tiene ninguna responsabilidad en robos de bicicleta en ese lugar, motivo por el cual debí irme para mi casa en bus, estresado, con mal genio y con una frustración terrible. Esa bicicleta nunca me dio mayor problema, no se pinchó sino unas 3 veces en el año que estuvo conmigo.
Luego fui al mismo taller donde vendí mi bicicleta anterior y le dije al dueño que me vendiera otra, el con mucho gusto me la vendió. No era nada del otro mundo, una azul brillante, de frenos v-Brike y de 18 velocidades nada más. Con esta bicicleta empecé a andar mas seguido, puesto que la utilizaba todos los días, de domingo a domingo, tenia un desgaste significativo, sin embargo, nunca la lave, nunca le hice un mantenimiento, sólo cuando me varaba, cuando debía hacerlo, le cambiaba los frenos y ya, no prestaba atención a más.
Fue en ese momento cuando empecé a sentir atracción por otro tipo de bicicletas, siempre había comprado las mismas, andaba a la misma velocidad, jamás me exigí, ni tampoco busqué otras alternativas, empecé a averiguar y me encontré con un tipo de bicicleta más cómoda, más urbana y de menor costo. Las bicicletas fixie.
Indague en el tema, busqué, las mire y de un momento a otro empecé a ver por toda la ciudad solo ciclas de éstas, cuando iba de mi casa al trabajo, o al estudio me encontraba con estas bicicletas, puedo decir que me enamoré completamente de ellas. Sencillas, cómodas, fáciles de obtener, de bajo costo de mantenimiento y muy flexibles para andar en la ciudad.
Debo decir que tenia miedo puesto que pensaba en los huecos en Bogotá, los cuales no son pocos, son demasiados, sin miedo a equivocarme podría decir que es la ciudad mas fea en infraestructura vial en el mundo. Sin más la compré, empecé a andarla, a acostumbrarme al cambio, ya que está con un manubrio tipo dropbar lo cual hace que el cuerpo se incline mucho más hacia el frente, dejando al lado esa posición erguida que tenia con las anteriores bicicletas, también empecé a hacerle mantenimiento, a investigar sobre bicicletas y como hacer para que su durabilidad sea más prolongada, en fin, se puede decir que me casé con este tipo de bicicleta.
Y bueno hasta aquí la historia de mis andadas de bicicleta y las decepciones que tuve con estas.
No dejes de leer y de dar un comentario.
¡¡¡Saludos!!!

domingo, 13 de junio de 2021

Cada biela es una historia

 Ya ha pasado mucho tiempo desde que decidí empezar a montar en bici todos los días y para todo, he tenido caídas, he tenido que aguantar aguaceros, días calurosos, días en donde el tiempo no ayuda y preferiría quedarme en casa.

Pero siempre pienso en estar bien con mi bici, la mantengo arreglada, pendiente de que lo que tenga sea suficiente para andar en las calles, y siempre pendiente de ser cómodo andar en bici.

Hoy quiero recordar que cada viaje realizado, cada vez que que me subo a la bici es una historia nueva, detrás de cada pedalazo y cada vez que la biela gira es un escrito más en mi vida, por que cada viaje es diferente, desde que tomo la bici y bajo las escaleras para poder salir con ella a la calle y empezar un recorrido siempre se presentan situaciones distintas que al parecer y así tome el mismo camino siempre van a ser experiencias nuevas.

El camino pedregoso o el encharcado, o el que está seco y enpolvado son los terrenos sobre los cuales escribo mi historia.

No soy un corredor profesional, no salgo los fines de semana a quemar caña en carretera, no disputo pruebas con velocímetro y corredores experimentados, solo soy una persona más montado en su caballito de acero y rompiendo estereotipos por las calles.

No juzgo ni busco ser juzgado por el modo de ver la bici, cada quien tiene el derecho y la potestad de hacer con sus bicicletas lo que quieran, por que en ellas se representan la forma de vida y como quieren vivirla.

Están las vidas lujosas que buscan hacer ver en las calles una máquina que tiene todo lo que cualquier otro quisiera.

Hay otras que cuando pasan a lado tuyo simplemente dejan el polvo y te dejan la huella de su paso, además que quitan espacio y te someten a un lado para poder ver la majestuosidad de su andar.

Otras viven la vida sin desafíos, cruzando las calles sin advertencia y dejando atrás al que se quiera interponer en su rumbo.

Yo sin embargo, vivo mis viajes más tranquilo, a mi modo, no soy un santo y no voy a negar que en algún momento se me han salido palabrotas insultando a algún igualado, aunque también pude haber sido yo el atravesado y disonante en las curvas, pero por lo general, soy de los que si me pasas te doy el empujón, si volteas a ver como ando de lento y quieres dejarme lejos, te sonrió y dejo que fluya la biela, pongo mis audífonos y ajusto mi casco mientras la luz trasera enciende la vía indicando al otro que ahí va un viajero en el tiempo recorriendo la ciudad.

Feliz viaje.